lunes, 30 de junio de 2008

Ellos nos observan.


(Nah, no creo...)

Consideraciones sobre una carta en blanco.


Nadie debería morir sin mandar una carta en blanco, es la máxima expresión de la expresión; el vacío contiene todo. ¿Qué se le puede agregar al silencio?, ¿Qué se le puede reprochar? Hablo del silencio más radical, descontextualizado, (para el receptor), no del silencio que es todo una respuesta, una verdadera toma de posición.
Me entristece la amenaza de la mentira. Si me preguntas porqué voy a tener que mentirte. Tu pregunta va a ser un escándalo en mi teatro del silencio, el juego que yo juego. Si me preguntás voy a acotar el campo de esa infinitud que te ofrecí, y ahí empieza el lenguaje señores, en la delimitación. Voy a falsear todo con cualquier respuesta, y todo te va a quedar mucho más claro. No vas a entender nada, pero tu mente descansará en paz.
(Pobre víctima de mis espacios blancos)…
“entre lo dicho y hecho hay un largo trecho”, dicen, los que dicen la peor mentira. Lo dicho es hecho, no hay ningún puente, solo identidad. Sin embargo un extraño prejuicio me invade en este momento, como si en este gran conjunto de instantes que estoy siendo, creyera que las palabras tienen consecuencias más efímeras. Tal vez me ocurre porque se que las considerás blandas y efímeras, y no quiero desarmarte todo, disgregarte en trozos. No tomo distancia de las palabras, pero me reclamo como cuerpo, bendita corporeidad que soy, (y te ofrezco).

Un mono.

El mono nunca está tranquilo, no conoce el centro, más que cuando en su actitud animal contemplativa deja el horizonte pasar, pero ese tampoco es el centro.
En mono no esta tranquilo, tiene sangre abundante por dentro, y por fuera, en su cuerpo peludo se adhieren todas las hierbas, y al agitarse se desprenden de su cuerpo una a una.
El mono no está tranquilo, corre y corre mientras cae el sol, para llegar a su hogar entre las rocas calientes, cuando llega la noche.

Imágenes reincidentes.


Hay algo que no se satisface, y no tiene pregunta.
Hueco existencial, sin modelo de respuesta.
Pero la presencia precede a la ausencia.
¿Qué es lo que estuvo pero ya no está?...

…Es el río de colores vivos, rodeado de arbustos pintados de verdes intensos, y aunque todo eso es solo una caricatura huele a tierra mojada, la misma que cubre mi paraíso terrenal.
En esa tierra corre un niño descalzo y feliz, de pantalones viejos que le rozan la mitad de la pantorrilla. Lleva una camisa a cuadros y un sombrero de paja que lo cubre del sol y…ay!, quiero describir todo, quiero que en estas palabras pueda apreciarse con intensidad el color celeste del cielo, (“celeste” es tan celeste…), y quiero decir que a ese niño no le importa ser niño.
Él manda mensajes en botellas, que son simplemente saludos, porque esta convencido de que eso solo basta para que la vida de quien reciba esa botella jamás vuelva a ser igual, y tiene la seguridad de que llegan porque no puede ser de otro modo, y espera con certeza que algún día llegue a él una botella, con una carta, y ese día sea mágico para siempre.
Él quiere lanzar puentes hacia el mundo, y cuenta con que de algún otro lado esos puentes se completen, y no es que se sienta solo, sino que simplemente sabe que cada acto de comunicación tiene infinito sentido, y transforma al universo de manera única. ¿Cómo sentirse solo?, pensaría si pensara sobre estas cosas, ¿Cómo sentirse solo entre tantos árboles a su alrededor, insectos entre sus pies, e inexplicable cantidad de estrellas sobre sus ojos?. Entonces el mundo basta, y es infinito, inexplicable, y no porque sea niño, sino porque es feliz, absolutamente feliz, y esto nada tiene que ver con que sea una caricatura.
Recuerdo y añoro ese tiempo y espacio, aunque jamás haya estado allí.

Es eso, en definitiva, lo que siempre vuelve bajo diversas formas. Es eso deformado a través del tiempo y la realidad efectiva. Es eso, más miles de perros corriendo por un campo infinito, eso más una bestia infernal tragando tu dolor y desapareciendo. Eso más mi cuerpo en un espacio amarillo, derritiéndose de amor por y para vos, amor palpable, que te cubre todo.
Siempre añoro tiempos tan remotos que jamás podrían haber existido, ahora sospecho que son futuros, y cobran en mí la forma de este deseo inefable y difuso, que pongo en estas pobres palabras, mientras la miro a ella dormir, que es mas linda que la luna, que es más bella que todas las lunas de todos los mundos. Entonces entre tanta confusión entre pasados y futuros, sé lo que quiero en este instante preciso: quiero ser como ella, quiero simplemente acostarme sobre esos arco-iris de algodón con un poco de tierra, y dormirme sabiendo que tengo tanto para dar, como ella.

domingo, 29 de junio de 2008

Mirar una foto.

Todo lo que no fué captado como una totalidad, de manera simultánea, nos somete a un proceso infinito.

Una imagen es inagotable, tan inagotable como cuantas veces se esté dispuesto a volver a ella.

Cada mirada descubre algo nuevo, o pone al descubierto errores de miradas anteriores.

Sacar una foto es un intento por robarle un instante al tiempo, para dejarlo inmóvil, plasmado en una imagen de una vez para siempre. Pero, como cualquier intento de forjar una imagen inmóvil de la eternidad, es un intento frustrado: las fotos cambian a cada mirada.

Pararse frente a una foto es enfrentarse a una multiplicidad de instantes en constante fluctuación, es enfrentarse a eso, y al vértigo de la mirada propia, que también fluctúa.

Las fotos violan silenciosamente todo principio de identidad, jamás son idénticas a si mismas. Y en ese acto de trasgresión, nos revelan algo terrible sobre nosotros mismos…

miércoles, 25 de junio de 2008

Zapallito.


Relativismo o perspectivismo?

domingo, 22 de junio de 2008

El objeto más olvidado del mundo.


Lo descubrí.


Aqui habita el renombrado Juan Nadie.

jueves, 19 de junio de 2008

Cuidado-de-si.


sábado, 14 de junio de 2008

Extraterrestre.-


No digan que no lo ven.

Fractal(es)

La paradoja que generan los conjuntos infinitos es que algunos de sus subconjuntos son también infinitos.

La infinitud está ya contenida en cada una de las partes. El todo mismo esta en las partes.

Un instante es igual a la eternidad. Cualquier trozo de tiempo, por pequeño que sea, es absoluto y eterno.

Perez y La Maja.

(Viejos capítulos de una futura novela que probablemente jamás sean reunidos en una novela)

Capítulo I: En el teatro.
(Primera parte).
La cita había sido fijada a las ocho y media.

El viernes, a las 8:25 , cuando Perez llegaba a la plaza, pudo ver a La Maja sentada en un banco, debajo de un árbol amarillo, el único árbol que pertenecía al otoño en cualquier tiempo. Miles de hojas cubrían el suelo, crujían bajo sus pies. Ella llevaba un vestido celeste, idéntico al cielo, y el cabello enaltecido en la cumbre de su cabeza.

El viernes, a las 8:27, cuando Perez llegaba a la plaza, creyó ver a La Maja sentada en un banco, debajo del árbol amarillo.
Pero no había ningún árbol amarillo, porque en realidad era verano, y en lugar de las hojas, un césped verdísimo cubría el suelo, opacado por las sombras de la tarde que ya casi era noche.

El viernes, a las 8:30, cuando Perez estaba en la plaza, se sentaba en el banco vacío, donde imaginaba a La Maja con su vestido celeste. Entonces, a modo de consuelo, se unía a las huestes de Berkeley contra la materia, y se convencía de que la única realidad existente era la mental. Si no volvía a ver a La Maja, esa imagen celeste en el banco le bastaba. Con el tiempo todo de confunde deliciosamente, pensaba, con el tiempo esa imagen se convertiría en un recuerdo. ¿Y el presente?, en el presente no importaba que ella no estuviese allí, porque la visión había sido bellísima. Ahora Perez odiaba la materia, despreciaba la carne de La Maja, era un total repudio a su cuerpo, a todos los cuerpos. Pero sobre todas las cosas, odiaba que ella no estuviese allí realmente, y que su presencia se limitase a su mente.
El mundo bien podría ser como lo describe berkeley, pensó, pero el problema es que no creía realmente que así fuera.
Con cierto pesar se dirigió hacia el teatro.

viernes, 13 de junio de 2008

Un puente.


El mejor regalo que pueda recibir en el mundo.
Gracias.

miércoles, 11 de junio de 2008

La bestia.


Nos sentamos en ronda con algunas botellas sobre el césped, por fin llegó la hora de comunicarles mi proyecto. Tanta ansiedad por hablar con ellos del asunto me atraviesa el estómago, siento una punción en el centro del ombligo. Pero de repente me encuentro con que no puedo decir nada, decididamente falta alguien. Es crucial que estemos todos. Entonces paso una vista rápida por sus rostros expectantes. No falta nadie, sin embargo…,sin embargo persiste esa sensación de ausencia, repito sus nombres en voz baja, de izquierda a derecha, y en sentido contrario, uno a uno, parecen estar todos, sin embargo…, sin embargo no me convenzo, los cuento, con la mente, con los dedos, y no logro descubrir el nombre del espacio vacío.
Entonces se acerca la bestia, la veo venir, a pocos metros parece pequeña, pero cuando se integra a la ronda me deja cubierta de sombra. Ahora siento que estamos todos, y eso no tiene ningún sentido. Pero lo que me asombra aún más es haber pasado por alto que en algún momento de al velada desapareció, ¿Cómo ocurrió sin que me diese cuenta?, no lo entiendo.
Desde temprano la noche estaba apacible, y todos los ánimos calmos. Incluso había cierta alegría en sus rostros, como si la típica efusividad que los caracterizaba se hubiera fugado ante la idea de estar en el mundo más seguro de todos los mundos posibles. Por alguna razón esa idea me parecía absurda, y no podía pronunciar ni una palabra, ahogada por la impotencia de no poderles advertir…no sabía muy bien qué. En esas condiciones nos encaminamos todos a lo de Juan.
Ya en la puerta de su casa nos detuvimos, tocamos timbre unas tres o cuatro veces, indecisos acerca de si la puerta de la reja abierta era o no una invitación a pasar. La luz del frente estaba apagada, y entre los grises que mutaban según los árboles y la luna, distinguimos en el patio una figura no demasiado humana. De todas formas salí a su encuentro, “Juan?”, pregunté sin convicción, y me paré frente a eso. Hubo un silencio, tras el cual solo obtuve como respuesta un par de garras sobre mis hombros. Y así quedé, inmóvil, con un gran perro, delgado y sedoso, respirándome en la cara. Pensé en retroceder, pero todos sabemos que esa es la peor decisión que se puede tomar frente a ciertas bestias. Lo miré a los ojos, y ya no tuve miedo.
“¡Pasen!”, se escuchó la voz de Juan desde el interior de la casa, y todos pasaron a mi lado, ignorándome de una manera casi perfecta, ignorando incluso al gran perro.
Me decidí a entrar, nos sentamos todos alrededor de la amplia mesa del living, y el canino se recostó sobre mis pies. Nadie parecía querer mencionar nada al respecto, y mi incomodidad me tensaba hasta la mandíbula. ¿Desde cuando Juan tenía un perro?, ¿Por qué a nadie le extrañaba? En pocos minutos el anfitrión se hizo presente, me alegré por eso, pensando que por fin se aliviaría la situación, hablaríamos sobre su nuevo compañero canino, y todos seríamos felices. Pero no fue así. El perro que aún aplastaba mis pies también se alegró por la presencia de su ¿dueño?, y comenzó a mover la cola, con tanta fuerza y velocidad que al golpearla contra el suelo provocaba un estruendo insoportable, era realmente delgada y larguísima. A causa de semejante escándalo que provocaba esa cosa, de la cual ya empezaba a dudar de su simple pertenencia a especie canina, no pude escuchar ninguna de las palabras de Juan. Pero a nadie parecía molestarle, hablaban y se reían tranquilamente. En un momento simplemente el ruido cesó, y solo dejé pasar sus conversaciones por detrás de mi nuca. Mientras tanto, en mi cabeza solo se repetía un pensamiento: todas las trivialidades que hablaban no eran más que el producto de un empeño por evadir el verdadero tema: el perro. Y así transcurrió el tiempo, hasta que me reclamaron que los ponga al tanto de aquel asunto tan importante que les venía anunciando hace días.
Y acá estoy, sobre el césped, con esta extraña sensación. Lo miro al perro, recorro su hocico gigante que apunta directo a mi rostro, me fijo en sus ojos, y me conmueve el hecho de que haya podido inquietarme con su ausencia. Solo algo increíblemente enorme puede hacer sentir semejante vacío. Este ultimo pensamiento, borra todo lo demas, todo mi pasado. Ya no hay nada de lo que quiera hablar, nada que quiera decirles, ningún asunto importante, todo me parece demasiado pequeño. Abrazo a la bestia, pero no se deja, sale corriendo por las calles, en dirección a un descampado infinito que no conduce a ningún lugar. Yo lo sigo, corro tras él, y casi sin aliento siento que quiero hacer eso por el resto de mi vida. Por fin logro alcanzarlo, y corriendo a su lado empiezo a sospechar que eso tiene poco que ver con un perro.

Tuvalu... una islita del pacifico


El lugar más chiquitito del mundo.
(Gracias heraldo)

Algunas pseudoreflexiones sobre las señales.

- Primer momento.

La cuestión de las señales esta íntimamente ligada a las cuestiones relativas al destino.
Aunque esto parezca muy evidente, me he encontrado con que la mayoría de las personas que guían su vida a partir de señales, no estaría dispuesta a admitir que cree en el determinismo de la vida humana.
De todas formas, no creo que existan personas que guíen absolutamente toda su vida leyendo entre señales.
El problema fundamental de la creencia en señales es lo que tales creencias implican. Y justamente en este punto me surgen las dudas acerca de estos supuestos:
¿Quién envía las señales?, ¿un Dios?
Si uno es ateo o agnóstico, ¿puede creer en señales?
Así es, he visto ateos predicando en favor de las señales, pero en ese caso: ¿Quién se responsabiliza de tales señales?, ¿el “mundo”, la “vida”?. Que extraña concepción del mundo y de la vida, como si estos fueran sujetos, organismos concientes, con algún tipo de propiedades volitivas.
Sea quien fuera que envía las señales, aún subsiste una dificultad mayor: las señales, ¿de qué son señales?, ¿nos revelan un deber ser predestinado desde nuestro nacimiento del cual nos vamos apartando a medida que transitamos por los años de nuestra vida?, ¿vienen a mostrarnos el camino del bien, de lo mejor, de lo más conveniente? Todo eso huele mucho a finalidad inamovible, como dije al principio, huele a destino, a predeterminación, huele muy poco a libertad.

- Segundo momento.

Aún así, no creo que todo este perdido para las señales. Si bien la creencia en ellas es insostenible en el plano teórico, podemos adoptar una de las grandes estrategias de nuestros queridos y grandes pensadores, y patear el asunto bajo la alfombra de la razón práctica. La reivindicación de las señales surge de una decisión metodológica, es decir, para los que no están familiarizados con este concepto, una decisión que nos lleva a actuar como si creyéramos algo que jamás podríamos llegar a creer realmente, una decisión que parte de una toma de conciencia en el plano teórico, y llega a un hacerse el boludo en la práctica.
Propongo la siguiente definición kantiana de señal construida desde la pragmática: una señal consiste en una síntesis de acontecimientos casuales, a partir de la unidad sintética del concepto de moneda.
Aclarando un poco lo dicho: podemos valernos de la vieja práctica de arrojar una moneda a la hora de enfrentar una decisión, pero de ninguna manera podemos creer que la moneda nos da su fallo luego de una deliberación racional y consciente de nuestro interrogante. Las monedas y los dados se mantienen bien al margen de nuestros problemas existenciales.
Del mismo modo, cuando ya no hay ganas ni posibilidad de pensar en que hacer, vale abocarse a las lecturas de los acontecimientos fortuitos como si fueran señales, y tomarlos como puntos decisivos para la toma de decisiones, sin que esto implique la creencia en el destino.
De esta manera somos todos felices, nos salvamos de la fatalidad, y también de la excesiva responsabilidad sobre las decisiones pendientes. Pero esta felicidad no es perpetua porque aun resta un…

- Tercer momento.

Yo soy yo, y he aquí el gran problema.
Solo hay un sujeto en el mundo, y como todos sabemos, ese solo soy yo, el resto es mundo.
Pero ocurre que tampoco hay mundo, el mundo es solo para mí. Ahora, además de ser yo, también debo ser el mundo, eso no es poca cosa.
Las señales, que aparentemente ocurren en el mundo, solo ocurren para y por mí. Puedo pensarlas como grandes monedas de la vida, pero no son más que mis pobres y viciadas lecturas de los acontecimientos mudos. Por lo tanto, en cuanto quiero leer en ellas, me encuentro de cara frente a mí, sin poder escuchar lo que el mundo me dice, sino lo que yo quiero escuchar de su boca.
De este modo no hago más que volver al punto del cual partí. Por lo cual, voy a concluir que en materia de señales y demás asuntos relacionados con la fatalidad, no hay síntesis posible, no hay solución ni resolución.

- Apéndice:

Por este escrito en contra de las señales, seguramente el mundo tomará represalias. Lo va a hacer de la forma que mejor le sale, con sarcasmo. Un día de estos, en cuanto me descuide, me enviará señales precisas, impactantes, increíblemente nítidas, y contrarias. Lo peor del caso será que, como todos sabemos, el tan cuestionado principio de no contradicción tiene plena vigencia en la vida práctica.

La torre del reloj.


Por Nacer.


(por nacer, siempre)

lunes, 9 de junio de 2008

Cisnes de luces.


"Cisne", que buen tema.

Velocidad.


Cuando no hay tiempo, todo pasa muy rápido.

Te consumís.


Creo que es por allá.


(Nunca me crean)

Pies.


Entonces en la oscuridad, sorteando todos los pliegues de sabanas que los separaban, atrapo su pie entre los suyos. Ella se aproximó hasta dar con su nuca, pero no lo abrazó, porque aun él seguía de espaldas, y ese no era un detalle.
Él apretó fuerte sus pies, le costaba pedir perdón de manera mas explicita o conciente. En caso de que se arrepintiera, no se tendría que hacer cargo de esa señal de fraternidad, ya que nada estaba mas lejos de la conciencia que los pies, al menos cuando las emociones se tiñen de creencias metafísicas de bolsillo, de esas que el tiempo le da cierto derecho de piso, hasta volverlas invisibles.