lunes, 9 de junio de 2008

Pies.


Entonces en la oscuridad, sorteando todos los pliegues de sabanas que los separaban, atrapo su pie entre los suyos. Ella se aproximó hasta dar con su nuca, pero no lo abrazó, porque aun él seguía de espaldas, y ese no era un detalle.
Él apretó fuerte sus pies, le costaba pedir perdón de manera mas explicita o conciente. En caso de que se arrepintiera, no se tendría que hacer cargo de esa señal de fraternidad, ya que nada estaba mas lejos de la conciencia que los pies, al menos cuando las emociones se tiñen de creencias metafísicas de bolsillo, de esas que el tiempo le da cierto derecho de piso, hasta volverlas invisibles.