miércoles, 11 de junio de 2008

Algunas pseudoreflexiones sobre las señales.

- Primer momento.

La cuestión de las señales esta íntimamente ligada a las cuestiones relativas al destino.
Aunque esto parezca muy evidente, me he encontrado con que la mayoría de las personas que guían su vida a partir de señales, no estaría dispuesta a admitir que cree en el determinismo de la vida humana.
De todas formas, no creo que existan personas que guíen absolutamente toda su vida leyendo entre señales.
El problema fundamental de la creencia en señales es lo que tales creencias implican. Y justamente en este punto me surgen las dudas acerca de estos supuestos:
¿Quién envía las señales?, ¿un Dios?
Si uno es ateo o agnóstico, ¿puede creer en señales?
Así es, he visto ateos predicando en favor de las señales, pero en ese caso: ¿Quién se responsabiliza de tales señales?, ¿el “mundo”, la “vida”?. Que extraña concepción del mundo y de la vida, como si estos fueran sujetos, organismos concientes, con algún tipo de propiedades volitivas.
Sea quien fuera que envía las señales, aún subsiste una dificultad mayor: las señales, ¿de qué son señales?, ¿nos revelan un deber ser predestinado desde nuestro nacimiento del cual nos vamos apartando a medida que transitamos por los años de nuestra vida?, ¿vienen a mostrarnos el camino del bien, de lo mejor, de lo más conveniente? Todo eso huele mucho a finalidad inamovible, como dije al principio, huele a destino, a predeterminación, huele muy poco a libertad.

- Segundo momento.

Aún así, no creo que todo este perdido para las señales. Si bien la creencia en ellas es insostenible en el plano teórico, podemos adoptar una de las grandes estrategias de nuestros queridos y grandes pensadores, y patear el asunto bajo la alfombra de la razón práctica. La reivindicación de las señales surge de una decisión metodológica, es decir, para los que no están familiarizados con este concepto, una decisión que nos lleva a actuar como si creyéramos algo que jamás podríamos llegar a creer realmente, una decisión que parte de una toma de conciencia en el plano teórico, y llega a un hacerse el boludo en la práctica.
Propongo la siguiente definición kantiana de señal construida desde la pragmática: una señal consiste en una síntesis de acontecimientos casuales, a partir de la unidad sintética del concepto de moneda.
Aclarando un poco lo dicho: podemos valernos de la vieja práctica de arrojar una moneda a la hora de enfrentar una decisión, pero de ninguna manera podemos creer que la moneda nos da su fallo luego de una deliberación racional y consciente de nuestro interrogante. Las monedas y los dados se mantienen bien al margen de nuestros problemas existenciales.
Del mismo modo, cuando ya no hay ganas ni posibilidad de pensar en que hacer, vale abocarse a las lecturas de los acontecimientos fortuitos como si fueran señales, y tomarlos como puntos decisivos para la toma de decisiones, sin que esto implique la creencia en el destino.
De esta manera somos todos felices, nos salvamos de la fatalidad, y también de la excesiva responsabilidad sobre las decisiones pendientes. Pero esta felicidad no es perpetua porque aun resta un…

- Tercer momento.

Yo soy yo, y he aquí el gran problema.
Solo hay un sujeto en el mundo, y como todos sabemos, ese solo soy yo, el resto es mundo.
Pero ocurre que tampoco hay mundo, el mundo es solo para mí. Ahora, además de ser yo, también debo ser el mundo, eso no es poca cosa.
Las señales, que aparentemente ocurren en el mundo, solo ocurren para y por mí. Puedo pensarlas como grandes monedas de la vida, pero no son más que mis pobres y viciadas lecturas de los acontecimientos mudos. Por lo tanto, en cuanto quiero leer en ellas, me encuentro de cara frente a mí, sin poder escuchar lo que el mundo me dice, sino lo que yo quiero escuchar de su boca.
De este modo no hago más que volver al punto del cual partí. Por lo cual, voy a concluir que en materia de señales y demás asuntos relacionados con la fatalidad, no hay síntesis posible, no hay solución ni resolución.

- Apéndice:

Por este escrito en contra de las señales, seguramente el mundo tomará represalias. Lo va a hacer de la forma que mejor le sale, con sarcasmo. Un día de estos, en cuanto me descuide, me enviará señales precisas, impactantes, increíblemente nítidas, y contrarias. Lo peor del caso será que, como todos sabemos, el tan cuestionado principio de no contradicción tiene plena vigencia en la vida práctica.