domingo, 29 de junio de 2008

Mirar una foto.

Todo lo que no fué captado como una totalidad, de manera simultánea, nos somete a un proceso infinito.

Una imagen es inagotable, tan inagotable como cuantas veces se esté dispuesto a volver a ella.

Cada mirada descubre algo nuevo, o pone al descubierto errores de miradas anteriores.

Sacar una foto es un intento por robarle un instante al tiempo, para dejarlo inmóvil, plasmado en una imagen de una vez para siempre. Pero, como cualquier intento de forjar una imagen inmóvil de la eternidad, es un intento frustrado: las fotos cambian a cada mirada.

Pararse frente a una foto es enfrentarse a una multiplicidad de instantes en constante fluctuación, es enfrentarse a eso, y al vértigo de la mirada propia, que también fluctúa.

Las fotos violan silenciosamente todo principio de identidad, jamás son idénticas a si mismas. Y en ese acto de trasgresión, nos revelan algo terrible sobre nosotros mismos…