miércoles, 11 de junio de 2008

La bestia.


Nos sentamos en ronda con algunas botellas sobre el césped, por fin llegó la hora de comunicarles mi proyecto. Tanta ansiedad por hablar con ellos del asunto me atraviesa el estómago, siento una punción en el centro del ombligo. Pero de repente me encuentro con que no puedo decir nada, decididamente falta alguien. Es crucial que estemos todos. Entonces paso una vista rápida por sus rostros expectantes. No falta nadie, sin embargo…,sin embargo persiste esa sensación de ausencia, repito sus nombres en voz baja, de izquierda a derecha, y en sentido contrario, uno a uno, parecen estar todos, sin embargo…, sin embargo no me convenzo, los cuento, con la mente, con los dedos, y no logro descubrir el nombre del espacio vacío.
Entonces se acerca la bestia, la veo venir, a pocos metros parece pequeña, pero cuando se integra a la ronda me deja cubierta de sombra. Ahora siento que estamos todos, y eso no tiene ningún sentido. Pero lo que me asombra aún más es haber pasado por alto que en algún momento de al velada desapareció, ¿Cómo ocurrió sin que me diese cuenta?, no lo entiendo.
Desde temprano la noche estaba apacible, y todos los ánimos calmos. Incluso había cierta alegría en sus rostros, como si la típica efusividad que los caracterizaba se hubiera fugado ante la idea de estar en el mundo más seguro de todos los mundos posibles. Por alguna razón esa idea me parecía absurda, y no podía pronunciar ni una palabra, ahogada por la impotencia de no poderles advertir…no sabía muy bien qué. En esas condiciones nos encaminamos todos a lo de Juan.
Ya en la puerta de su casa nos detuvimos, tocamos timbre unas tres o cuatro veces, indecisos acerca de si la puerta de la reja abierta era o no una invitación a pasar. La luz del frente estaba apagada, y entre los grises que mutaban según los árboles y la luna, distinguimos en el patio una figura no demasiado humana. De todas formas salí a su encuentro, “Juan?”, pregunté sin convicción, y me paré frente a eso. Hubo un silencio, tras el cual solo obtuve como respuesta un par de garras sobre mis hombros. Y así quedé, inmóvil, con un gran perro, delgado y sedoso, respirándome en la cara. Pensé en retroceder, pero todos sabemos que esa es la peor decisión que se puede tomar frente a ciertas bestias. Lo miré a los ojos, y ya no tuve miedo.
“¡Pasen!”, se escuchó la voz de Juan desde el interior de la casa, y todos pasaron a mi lado, ignorándome de una manera casi perfecta, ignorando incluso al gran perro.
Me decidí a entrar, nos sentamos todos alrededor de la amplia mesa del living, y el canino se recostó sobre mis pies. Nadie parecía querer mencionar nada al respecto, y mi incomodidad me tensaba hasta la mandíbula. ¿Desde cuando Juan tenía un perro?, ¿Por qué a nadie le extrañaba? En pocos minutos el anfitrión se hizo presente, me alegré por eso, pensando que por fin se aliviaría la situación, hablaríamos sobre su nuevo compañero canino, y todos seríamos felices. Pero no fue así. El perro que aún aplastaba mis pies también se alegró por la presencia de su ¿dueño?, y comenzó a mover la cola, con tanta fuerza y velocidad que al golpearla contra el suelo provocaba un estruendo insoportable, era realmente delgada y larguísima. A causa de semejante escándalo que provocaba esa cosa, de la cual ya empezaba a dudar de su simple pertenencia a especie canina, no pude escuchar ninguna de las palabras de Juan. Pero a nadie parecía molestarle, hablaban y se reían tranquilamente. En un momento simplemente el ruido cesó, y solo dejé pasar sus conversaciones por detrás de mi nuca. Mientras tanto, en mi cabeza solo se repetía un pensamiento: todas las trivialidades que hablaban no eran más que el producto de un empeño por evadir el verdadero tema: el perro. Y así transcurrió el tiempo, hasta que me reclamaron que los ponga al tanto de aquel asunto tan importante que les venía anunciando hace días.
Y acá estoy, sobre el césped, con esta extraña sensación. Lo miro al perro, recorro su hocico gigante que apunta directo a mi rostro, me fijo en sus ojos, y me conmueve el hecho de que haya podido inquietarme con su ausencia. Solo algo increíblemente enorme puede hacer sentir semejante vacío. Este ultimo pensamiento, borra todo lo demas, todo mi pasado. Ya no hay nada de lo que quiera hablar, nada que quiera decirles, ningún asunto importante, todo me parece demasiado pequeño. Abrazo a la bestia, pero no se deja, sale corriendo por las calles, en dirección a un descampado infinito que no conduce a ningún lugar. Yo lo sigo, corro tras él, y casi sin aliento siento que quiero hacer eso por el resto de mi vida. Por fin logro alcanzarlo, y corriendo a su lado empiezo a sospechar que eso tiene poco que ver con un perro.